
a
El cuarto estaba oscuro; había estado oscuro siempre; un oscuro raro; inmenso; un oscuro que le ganaría a cualquier otro oscuro. Tanto, que una pequeña ráfaga de luz – por más mínima que surgiere- podría a estas alturas- herir; lastimar, hasta el fondo; como una gillette filosa mal sostenida o como el amor en el mejor de los casos.
b
Ese cuarto, que repito, estuvo absolutamente oscuro siempre, ese cuarto que se había tragado los colores- de manera egoísta- a todos, era el cuarto más pequeño que yo había visto en mi vida; y no vacilo en esto; y eso que yo había visto muchos. Tan insignificante y mal ubicado se había convertido en mi obsesión por los meses de verano.
c
Un cuarto–caja que yo le decía cuarto y que colgaba –permanentemente- de una de las más altas ramas del árbol-único- que tenía el patio. Colgaba con atrevimiento y descaro de la mismísima manera que las hojas propias del árbol que en realidad no colgaban sino que nacían, es decir, se notaba que eran parte o que de alguna manera fluían del árbol digo. Al cuarto-caja le pasaba lo mismo que a las hojas o a mi me pasaba lo mismo con el cuarto-caja me dirían luego; aunque luego fuera tarde –claro.
d
Lo que a mí me alteraba –creo- era que esa caja era uno de esos objetos que siempre quedaban bien parados, o colgados, en este caso. El hecho es que en mí – que lo miraba desde abajo, desde el pasto/gramilla/verde/crecido- eso no me era neutral.
Cada vez que me acordaba de la existencia del cuarto-caja me iba y me venía una sensación acalorada, molesta, insalvable hasta densa podría agregársele para los 11 años que tenía en ese entonces; una sensación que en ese momento no tenía comparación, como las empanadas de la abuela que no se comparan.
El cuarto-caja estaba en el patio de la abuela- la de las empanadas- donde yo había pasado mis veranos hasta los 15 y desde que me acuerdo; y desde que me acuerdo también estuvo la casa o el cuarto o la caja colgado del árbol que después podaron cuando la abuela se mudó al departamento de Alberdi.
No pude estar cuando lo tiraron abajo, dicen que costó muchísimo; que estaba arraigado a la tierra, que parecía que se quería quedar, pero se tenía que ir, y se fue, o lo sacaron. No sé a donde lo tiraron ni que hicieron con sus restos.
f
El jueves pasado en el bar de la esquina de casa me encontré con un amigo de mi tío- que había sido el jardinero de mi abuela- le pregunté por el árbol para evadir al cuarto. Me dijo que había sido uno de los trabajos más difíciles de todos los que había hecho en toda su vida; que le dolieron los brazos muchísimo después de arrancar esas raíces; que no se podría olvidar –nunca-de ese dolor. Lo miré tiesa, me dio escalofríos mientras lo contaba.
g
Cuando me iba del bar me dijo que el cuarto no estaba sólo, digo no estaba vacío, cosa que nunca imaginé; cosa que nunca se me ocurrió como imaginar; no quise escuchar que había adentro- aunque lo dijo; no quise escuchar pero escuche porque estaba ahí yo y lo dijo.
Mientras salí por la puerta vidriosa y pesada del bar me vino una sensación-sin aviso- que ahora si podía comparar; todo el camino a casa, es decir la media cuadra la usé pensando que no podía ser que hubiera esas cosas en los cuartos que están siempre oscuros.