lunes, 14 de febrero de 2011

¿Quién alguna vez no fue un gil? (Poesia Popular)

Se levanta de la siesta con el pelo todo despeinado y la cara que se ha dejado de maquillar.
Se levanta con el “tilin” del celular que le dice “extraño tu cama”. Lo mira y sonrie porque sabe que sabe como hacerla sonreir. Se da vuelta prende el velador blanquito y se come un caramelo, un palito de la selva dulzón que le hace acordar a la infancia.

Cierra un ojo, se toca la concha y se calienta pensando en su cara cuando se calienta. Tiene un pensamiento que considera ya demasiado obsceno y se detiene ahí.

Después de abandonar la posición horizontal con un esfuerzo de maniquí empuja la puerta del baño que aún no se ha decidido a limpiar, aprieta fuerte los ojos y se revuelve otra vez el pelo (cortito).
Piensa en una frase que había dicho anoche y le parece tan ridículo que pretende excusarse por mail. Pretende lavar los platos sucios, cocinar un pollo a la naranja, pretende regar las plantas del balcón, de la misma manera que pretendía limpiara el baño.

Encuentra en el parquet un pedazo de llavero roto que se ha olvidado en su casa, lo mira casi como un objeto de culto, pero después lo tira,
en el departamento no hay lugar para porquerías ni pavadas.
Se mira la muñeca y tiene una pulserita que no es suya. Por el alcohol no recuerda exactamente como llego ahi.
Se mira la panza, no tiene panza y cree que todavía quiere engordar.


Hay una película que se parece a esa historia, igual que una canción, un dibujo y una publicidad.

 
 
 
 
 
 
Flor Lopez

martes, 8 de febrero de 2011

Èramos pocos y pariò la tia solterona



En el instinto de escritura se me escapan las ideas. Siempre me pasò, como si la escritura para mi fuera siempre un olograma, un ìdìlico  que siempre està pero nunca se sabe bien donde.
Tirada abajo de una cucheta de vacaciòn  me terminò de caer esa sensaciòn que siempre culmina y renace y se me apodera, como si adentro mio hubiera un gran poema o una gran obra que nunca voy a llegar a escribir.
Camino por las calles pensando eso, tomo la leche pensando eso, cojo pensando eso. Mis màs grandes orgasmos me los ha dado la literatura, tambièn tomo mates pensando eso.
Una vez un pibe intentaba convencerme de que un libro te puede hacer viajar a cualquier lugar y yo debo admitir que aùn hoy desconfio de eso. Primero porque viajar no es cualquiercosa y despuès porque el que te hace viajar no es el libro sino el que (te) lo lee.
Sigo insistiendo en la capacidad de las existencias admirables y sublimes y en las que no. Sigo insistiendo en el riesgo de perderse en "puras turas" intentando ser literatura, ser poema. Si cada vida intentara acercarse auqnue sea un poquito a esa belleza que por pertenecer al àmbito de la estètica cuesta entender y definir; si cada vida pudiera ser juzgada por el tono sutil de lo que ha pasado al dejar o al revès lo que ha dejado al pasar, si cada uno de nosotros tuviera el valor de explotar en poesìa como los fuegos de colores benjaminianos que el facismo quiso admirar; si cada uno o cada cual, que importa, si al final el capitalismo lo mata todo.Hasta a Benjamin (aunque nunca sepamos bien lo que pasò). Pero no; "capitalismo kills love" dice un grupo de arte callejero  y a mi me gusta repetir esa frase porque combina con todos aquellos que màs o menos (freakimente) se alian al sistema, no pelean, no rompen (nada mas que las pelotas), no ven los "pedacitos,", los lugarcitos. Escucho un tema que habla en otro idioma y el mio que dice gritando que hay un "pedacito del planeta que no pudieron" y le creo. Le creo porque ahì esta la diferencia entre un libro y el que lee el libro.
"Somos lo que hacemos, lo que hemos hecho" dice Juampablo, Laura, Marx, Foucault, Sartre y Castoriadis, aunque los dos ùltimos no compartan nada màs que esa idea.
Por eso el libro es còmo lo leemos; por eso el poema somos nosotros; por eso nosotros no somos lo que leemos sino còmo leemos el mundo; por eso el mundo no existe màs que en la forma en que nosotros lo leemos. Entronces aprendemos a leer o a escuchar que a veces es lo mismo.
Frente al clima agitado/revolucionaroi del ùltimo año rescato algunas capacidades afectivas de dar algo suyo por; rescato una posibilidad amorosa de querer algo mejor y comùn. Pero aùn conservo un temor de que tal vez no estemos en el lugar correcto, un temor teñido tambièn de inestabilidad asumo que propia de nuestro siglo. ¿Y la literatura? tambièn estarà ahi para contarlo, para luchar contàndolo. Sin embargo creo que aùn no esta claro el enemigo o somos todos de alguna manera los enemigos. Entonces pienso en que cambiarìa un poema sobre la revoluciòn o còmo hacer la revoluciòn en un poema. Y no me desanimo porque en el momento que logramos ser el poema logramos ser la revoluciòn.  Me quedo con Pizarnik que compara la revoluciòn con el acto de mirar una flor hasta pulverizarse los ojos, y no por la pasividad que apra muchos pueda encerrar la frase sino por la valentìa de còmo entender la revoluciòn. En definitiva, me quedo con su forma de leer los libros.
La mejor batalla que ganò el facismo es hacernos creer que habìa desaparecido. Facismo que està instalado hasta en la manera de acomodar las lapiceras en una cartuchera, facismo de estante, de saliva, de heladera, de sobremesa, pero sobre todo de idea, que se me escapa como cuando empezò este texto.
Un facismo que no se destiñe por màs de que pasen los años, por mas de que se aprueben nuevas buenas y malas leyes. Un facismo del pensar tatuado en las retinas, en las servilletas. Y entonces yo pienso en el arte y en el sexo, pero sobre todo en el sexo que a veces es un arte. Y en la existencia del arte como herejìa y no còmo circuito. Como parte no dicha de lo que no se tiene que decir porque no hace falta. De lo que tiene que ser no a nivel ontologico sino devenir, ser siendo. El arte como flujo constante, como materia latente de lo que se sabe que està. Cuando nos convidan una obra de arte nos convidan todo lo que el artista quiso mostrar sin mostrarlo nunca como eso esperaba ser mostrado. Ahì el arte como la infinita posibilidad, como las miles de aristas todas las posibles antes de resignarse o redimirse a la cosa misma que en definitiva es la muerte misma. La cosa en si resuelta en si misma. Entonces del arte rescato la potencia de espera, la fuerza de la creaciòn, la lectura de los libros y no los libros.
Entocnes del facismo  rescato una cierta insolencia de quedarse adentro de y despùes de todo y el eco de burla que se escucha cada vez que lo reporducimos. Si lo combato o al menos creo eso es con apropiaciones, con transformaciones.
Por ùltimo del arte rescato todo lo que aùn no conozco y que no puedo, por ignorancia, descartar y por sobre todo la capacidad de sostener el deseo que desprovisto de forma se resguarda en el arte (para gracia del artista) como orificio hondo del capital para enjuagarnos el cuerpo con pasìòn y escàndalo.




Flor Lopez