jueves, 24 de junio de 2010

La última mamuschka

Un barquito diminuto gira de manera aleatoria en el charco que se ha formado a dos metros de nuestras
zapatillas de tela.

Hace dos horas había llovido muchísimo,
parecía que se caía el cielo había dicho la abuela.

El barquito está completamente desequilibrado,
distraído,
y con el olor a humedad del pasto entiendo que olvidar a alguien no tiene que ver con la distancia o la
bronca.
Se puede dejarlo ir,
soltarlo teniéndolo al lado,
sin que nunca se entere.

El barro pegado en la suela empieza a endurecerse y nosotros que nunca nos salió bien tocarnos
chocamos las puntas y nos limpiamos el barro.
Las polomitas chiquitas y el cielo rosado (aun),
un mate amargo
que ahora prefiero tomarlo sola,
y un exilio clandestino que me stopea el cuerpo.
Una especie de viento me genera escalofrío a pesar de mi camperita rayada con capucha,
una especie de viento que te re-mueve para siempre y voltea el barquito.
El barquito se hunde en el charco a dos metros ,
se moja ,
se desarma.
Tu olor
mi pelo erizado,
y las pocas gotas que quedan en las hojas que siguen mojando
aun sabiendo que para mi ya todo ha parado.


En la plaza todo quieto,
estático;
y tu imagen ya sin barquito
porque has hundido el barquito
mojado el barquito que era frágil,
de papel de revista,
de diario,
papel celofán,
papel barrilete
de aire no de agua como el barquito.
que sin darte cuenta desarmaste para siempre,
hundiendolo en un reciente charco,
demostrando simplemente todo,
todo lo que tenías por demostrar.

 
 
 
 
 
 
 
 
Flor Lopez