Acá ahora llueve de nuevo. No ha parado de
llover desde aquel domingo de madrugada cuando me dijiste que tu padre te
solicitaba en Dubai para que te hicieras cargo del negocio de cajas musicales.
Hubiera preferido que me lo contaras otro día, ahí yo estaba dando vueltas en
el cuarto empecinado en encontrar todos los papeles para el trabajo en la Secretaria.
No te pude prestar la atención que te merecías y me lo reprochaste después.
Tenías
puesto el camisón de tu prima que se había olvidado en Barcelona el día de tu
cumpleaños. Te supliqué que lo tiraras que te despojaras de algunas cosas, por
el peso de las valijas y de las cosas en si. Pero te empecinaste, como siempre,
y esta bien. Sé que no te lo dije pero te quedaba perfecto. Además por el
color, casi blanco pero no.
La realización de los deseos viene apegado
siempre a una especie de virtud y un desencanto. Se mueven juntos, como mimetizados,
y llueve. Ahora fuerte. Siempre me gustó mirar para afuera fijo con este clima.
Desde nuestra terraza mucho mejor, porque se divisaba todo perfecto. Con un
poco de “onda” como decían tus amigos argentinos, podías sacar una postal de
ahí. Yo me había desactualizado ya de algunos modismos, aunque no todos.
Vos te diste vuelta de la posición que estabas
y boca debajo de la cama hiciste como un gesto, una expresión de inconformidad
o de no deseo. Yo te vi, no te dije tampoco, seguía revolviendo las carpetas de
arriba del escritorio pero te vi. Tenías una necesidad rara de hablar, rara en
vos, pero yo no podía responder. La Secretaria era un quilombo desde que a
Mauricio lo habían encontrado garchando con Lucia. Tampoco me diste bola cuando
te lo conté, pero ese evento había trastocado la cabeza de los que trabajaban
ahí. Ahora, todos, siempre se miraban
como cómplices, aludiendo alguna cosa, ya era casi imposible eso de entenderse
sin hablar. Hurgué cinco cajas más hasta que grité un “si!” como saliendo con
la expresión de mi mundo. Escuché tu susto, se ve que te habías entre dormido.
Me di vuelta, y seguías ahí, boca abajo, con la mano que te colgaba del
colchón, respirando fuerte.
Debe ser por la paz que me trasmitían esas
cajitas, o por la belleza de cómo combinaban música y miniatura, pero siempre
me había caído bien tu viejo, sobre todo por lo arriesgado. Eso no sé si algún
día lo supiste. ¿A quién se le iba a ocurrir que diera guita un negocio de
cajas musicales en los Emiratos?
Ya eran como las tres de la mañana, ordené las
carpetas y me quedé mirando cómo ocupabas toda la cama sin remedio. Tu forma en
el espacio. Me levanté a la cocina a hacer un té mediterráneo. Antes me acerqué
a la cama para ofrecerte, porque sabía cómo lo disfrutabas, y cuán difícil era
viajar con hierbas encima. Pero ya dormías, profundamente.
1 comentarios:
Me encanto el post!!!
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