martes, 22 de enero de 2013

UN TÉ MEDITERRÁNEO



Acá ahora llueve de nuevo. No ha parado de llover desde aquel domingo de madrugada cuando me dijiste que tu padre te solicitaba en Dubai para que te hicieras cargo del negocio de cajas musicales. Hubiera preferido que me lo contaras otro día, ahí yo estaba dando vueltas en el cuarto empecinado en encontrar todos los papeles para el trabajo en la Secretaria. No te pude prestar la atención que te merecías y me lo reprochaste después.
 Tenías puesto el camisón de tu prima que se había olvidado en Barcelona el día de tu cumpleaños. Te supliqué que lo tiraras que te despojaras de algunas cosas, por el peso de las valijas y de las cosas en si. Pero te empecinaste, como siempre, y esta bien. Sé que no te lo dije pero te quedaba perfecto. Además por el color, casi blanco pero no.
La realización de los deseos viene apegado siempre a una especie de virtud y un desencanto. Se mueven juntos, como mimetizados, y llueve. Ahora fuerte. Siempre me gustó mirar para afuera fijo con este clima. Desde nuestra terraza mucho mejor, porque se divisaba todo perfecto. Con un poco de “onda” como decían tus amigos argentinos, podías sacar una postal de ahí. Yo me había desactualizado ya de algunos modismos, aunque no todos.
Vos te diste vuelta de la posición que estabas y boca debajo de la cama hiciste como un gesto, una expresión de inconformidad o de no deseo. Yo te vi, no te dije tampoco, seguía revolviendo las carpetas de arriba del escritorio pero te vi. Tenías una necesidad rara de hablar, rara en vos, pero yo no podía responder. La Secretaria era un quilombo desde que a Mauricio lo habían encontrado garchando con Lucia. Tampoco me diste bola cuando te lo conté, pero ese evento había trastocado la cabeza de los que trabajaban ahí. Ahora, todos,  siempre se miraban como cómplices, aludiendo alguna cosa, ya era casi imposible eso de entenderse sin hablar. Hurgué cinco cajas más hasta que grité un “si!” como saliendo con la expresión de mi mundo. Escuché tu susto, se ve que te habías entre dormido. Me di vuelta, y seguías ahí, boca abajo, con la mano que te colgaba del colchón, respirando fuerte.
Debe ser por la paz que me trasmitían esas cajitas, o por la belleza de cómo combinaban música y miniatura, pero siempre me había caído bien tu viejo, sobre todo por lo arriesgado. Eso no sé si algún día lo supiste. ¿A quién se le iba a ocurrir que diera guita un negocio de cajas musicales en los Emiratos?
Ya eran como las tres de la mañana, ordené las carpetas y me quedé mirando cómo ocupabas toda la cama sin remedio. Tu forma en el espacio. Me levanté a la cocina a hacer un té mediterráneo. Antes me acerqué a la cama para ofrecerte, porque sabía cómo lo disfrutabas, y cuán difícil era viajar con hierbas encima. Pero ya dormías, profundamente.

1 comentarios:

Natalia dijo...

Me encanto el post!!!