Si, soy yo otra vez, seguramente te parecerá absurdo y sorpresivo recibir noticias mías después de tanto tiempo, pero te vi y no pude evitar intentar localizarte.
Estoy en Buenos Aires, no te dije, y ayer cruzando una callesita en San Telmo, saliendo de una galería de cosas usadas, esas que abundan , te vi.; estabas diferente a como te había dejado, sonabas a un glamour más extendido del que siempre te había adjudicado y vestías en los pies un charol; es nuevo eso del charol creo, por lo menos en Buenos Aires; yo que hacía rato me vestía con lo que había porque estaba gastando demasiado dinero en libros quedé como atónita con ese brillo que surgía desde abajo. Cuando empecé a levantar la vista me choqué con ese perfil tan pusilánime y una mitad de sonrisa que resultaba suficiente para reconocerte; hablabas con un tipo que yo nunca había visto en mi vida y cuando empezaste a rotar en dirección a mí, como un niño me camuflé entre la gente de las vidrieras; de nuevo era nueva en esto, si hasta Buenos Aires me resultaba desconocido.
Empecé a imaginar que corría hacía e otro lado y tocaba tu espalda y te dabas vuelta y sonreías de nuevo, pero esta vez sólo para mi. Imaginaba que te invitaba un café, o me invitabas, nunca solucionamos bien eso, no importa; pero la imagen siguiente era en un bar, y me contabas de tu vida, y te contaba de la mía. Y entre el café y el humo del cigarrillo surgía la conjunción posible para confesarte que si te había extrañado; que había conocido mucha gente, que seguía con mi obsesión por las películas; que Florencia era alucinante; que todavía me creía poeta, y que contaba cuentos sobre vos; que el viaje no había sido ni corto ni largo, y que aún así y de todo eso, pensar en tus manos resultaba un delirio.
Imaginé que corría esquivando la gente y las señales, indiferente al mundo corría, como en una película muda, reproduciendo el encuentro escandaloso de dos amantes desfrenados de lujuria y locura; salteando la imaginación corría, desafiando la gravedad de cualquier sentido, no por los otros, por nosotros. Correr sin lógica, sin sensatez. Cruzar el umbral de la entereza para demoler todas la excusas que nos habían alejado, mantenido aparte por tanto tiempo.
Si era imposible no sonreír, si secretamente inventábamos pequeñas e imperceptibles encuentros en donde nadie sería el responsable. Si suplicaba encontrarte en medio de la ciudad casualmente, para esquivar la posibilidad de buscarte. Si con apenas conocernos sabíamos con certeza de nuestro paralelismo incorruptible y de nuestro deseo innegable. Si además del tiempo, los viajes, los edificios con diferencias arquitectónicas, la calle con esa corrugación particular de rectángulos y el señor del restaurante de la esquina, yo te quería. Yo te quería y vos también me querías; y ambos habíamos soñado de alguna manera caminar por la boca de la mano, un domingo de invierno y sol, y mientras los rayos nos entibiaban a través de los sacos pero fundamentalmente de mi tapado que tanto añorabas, nos reíamos como niños mientras mirábamos como un señor mayor sacaba a una joven a bailar una pieza.
Si ambos lo habíamos dicho, y si era cierto, hacía ya mucho tiempo que o éramos extraños.
Y yo ahí, en medio de esa circunstancia que exigía una respuesta, un modo, una elección, una corrida.
Y vos allá tan deslumbrante como siempre, más inalcanzable que nunca, rozando con tu aura te veía. Con la mirada fija en ese hombre que yo nunca había visto en mi vida, a treinta metros de tanta cosa irrefrenable.
La gente empezó a chocarme, estaban apurados como siempre, y vos sabes en esos lugares uno no puede quedarse quieto. Temí al hecho de quedar al descubierto, me sentía débil, desprotegida, sola entre tanta gente; apreté bien la cartera y la tiré para adelante, tanto tiempo afuera y ya me había desacostumbrado a esas perspicacias de la ciudad. Hice un esfuerzo para quedarme donde estaba y me metí mas adentro de ese auspicio de comercio que me refugiaba del resto de la vereda; pasaron como tres autos y sentía que te perdía. Tosí un poco por el humo que habían dejado esos coches, ese que resignan los motores usados después de un tiempo. Recordé esas calles en que alguna vez había estado, que habían sido seguramente parte de mi, tan pero tan corrugadas, pero que respiraban una belleza inexplicables apenas comparadas con una melodía aguda de Vivaldi o una tarde gris se de lluvia y café en la cocina. Entraron a mi cabeza como memories, pasearon, dieron la vuelta manzana y salieron por el otro lado con el “disculpe” de un chico que caminaba apurado y me había golpeado un poco el brazo. Levanté la vista de nuevo y seguías parado en el mismo sitio, ahora anotabas un número o hacías algo con le teléfono y mientras tanto yo entendía que habíamos estado tan lejos siempre que parecía irónico los metros que ahora nos dividían, y pensaba cuantos lo habíamos soñado en noches de desesperanza e imprudencia huyendo siempre de lo inevitable, inventando sitios, viviendo de lo que haríamos si, de lo que no hacíamos porque no, y esa cantidad de excusas y coartadas que apelaban a nuestra inocencia una posibilidad. Ahora estaba ahí, yo estaba ahí, “del lado de acá” y vos, a centímetros, del lado de allá”, ignorante de todo, con ese hombre que yo nunca había visto en mi vida. Y ahora tus piernas jugueteaban con las baldosas, y su rostro desafiaba al viento sur, y con tierra que abundaba; y te ibas atrás de él, hacia él o con él, yo ya no calculaba bien las distancias de atrás de las vidrieras.
Estoy en Buenos Aires, no te dije, y ayer cruzando una callesita en San Telmo, saliendo de una galería de cosas usadas, esas que abundan , te vi.; estabas diferente a como te había dejado, sonabas a un glamour más extendido del que siempre te había adjudicado y vestías en los pies un charol; es nuevo eso del charol creo, por lo menos en Buenos Aires; yo que hacía rato me vestía con lo que había porque estaba gastando demasiado dinero en libros quedé como atónita con ese brillo que surgía desde abajo. Cuando empecé a levantar la vista me choqué con ese perfil tan pusilánime y una mitad de sonrisa que resultaba suficiente para reconocerte; hablabas con un tipo que yo nunca había visto en mi vida y cuando empezaste a rotar en dirección a mí, como un niño me camuflé entre la gente de las vidrieras; de nuevo era nueva en esto, si hasta Buenos Aires me resultaba desconocido.
Empecé a imaginar que corría hacía e otro lado y tocaba tu espalda y te dabas vuelta y sonreías de nuevo, pero esta vez sólo para mi. Imaginaba que te invitaba un café, o me invitabas, nunca solucionamos bien eso, no importa; pero la imagen siguiente era en un bar, y me contabas de tu vida, y te contaba de la mía. Y entre el café y el humo del cigarrillo surgía la conjunción posible para confesarte que si te había extrañado; que había conocido mucha gente, que seguía con mi obsesión por las películas; que Florencia era alucinante; que todavía me creía poeta, y que contaba cuentos sobre vos; que el viaje no había sido ni corto ni largo, y que aún así y de todo eso, pensar en tus manos resultaba un delirio.
Imaginé que corría esquivando la gente y las señales, indiferente al mundo corría, como en una película muda, reproduciendo el encuentro escandaloso de dos amantes desfrenados de lujuria y locura; salteando la imaginación corría, desafiando la gravedad de cualquier sentido, no por los otros, por nosotros. Correr sin lógica, sin sensatez. Cruzar el umbral de la entereza para demoler todas la excusas que nos habían alejado, mantenido aparte por tanto tiempo.
Si era imposible no sonreír, si secretamente inventábamos pequeñas e imperceptibles encuentros en donde nadie sería el responsable. Si suplicaba encontrarte en medio de la ciudad casualmente, para esquivar la posibilidad de buscarte. Si con apenas conocernos sabíamos con certeza de nuestro paralelismo incorruptible y de nuestro deseo innegable. Si además del tiempo, los viajes, los edificios con diferencias arquitectónicas, la calle con esa corrugación particular de rectángulos y el señor del restaurante de la esquina, yo te quería. Yo te quería y vos también me querías; y ambos habíamos soñado de alguna manera caminar por la boca de la mano, un domingo de invierno y sol, y mientras los rayos nos entibiaban a través de los sacos pero fundamentalmente de mi tapado que tanto añorabas, nos reíamos como niños mientras mirábamos como un señor mayor sacaba a una joven a bailar una pieza.
Si ambos lo habíamos dicho, y si era cierto, hacía ya mucho tiempo que o éramos extraños.
Y yo ahí, en medio de esa circunstancia que exigía una respuesta, un modo, una elección, una corrida.
Y vos allá tan deslumbrante como siempre, más inalcanzable que nunca, rozando con tu aura te veía. Con la mirada fija en ese hombre que yo nunca había visto en mi vida, a treinta metros de tanta cosa irrefrenable.
La gente empezó a chocarme, estaban apurados como siempre, y vos sabes en esos lugares uno no puede quedarse quieto. Temí al hecho de quedar al descubierto, me sentía débil, desprotegida, sola entre tanta gente; apreté bien la cartera y la tiré para adelante, tanto tiempo afuera y ya me había desacostumbrado a esas perspicacias de la ciudad. Hice un esfuerzo para quedarme donde estaba y me metí mas adentro de ese auspicio de comercio que me refugiaba del resto de la vereda; pasaron como tres autos y sentía que te perdía. Tosí un poco por el humo que habían dejado esos coches, ese que resignan los motores usados después de un tiempo. Recordé esas calles en que alguna vez había estado, que habían sido seguramente parte de mi, tan pero tan corrugadas, pero que respiraban una belleza inexplicables apenas comparadas con una melodía aguda de Vivaldi o una tarde gris se de lluvia y café en la cocina. Entraron a mi cabeza como memories, pasearon, dieron la vuelta manzana y salieron por el otro lado con el “disculpe” de un chico que caminaba apurado y me había golpeado un poco el brazo. Levanté la vista de nuevo y seguías parado en el mismo sitio, ahora anotabas un número o hacías algo con le teléfono y mientras tanto yo entendía que habíamos estado tan lejos siempre que parecía irónico los metros que ahora nos dividían, y pensaba cuantos lo habíamos soñado en noches de desesperanza e imprudencia huyendo siempre de lo inevitable, inventando sitios, viviendo de lo que haríamos si, de lo que no hacíamos porque no, y esa cantidad de excusas y coartadas que apelaban a nuestra inocencia una posibilidad. Ahora estaba ahí, yo estaba ahí, “del lado de acá” y vos, a centímetros, del lado de allá”, ignorante de todo, con ese hombre que yo nunca había visto en mi vida. Y ahora tus piernas jugueteaban con las baldosas, y su rostro desafiaba al viento sur, y con tierra que abundaba; y te ibas atrás de él, hacia él o con él, yo ya no calculaba bien las distancias de atrás de las vidrieras.
MFL
6 comentarios:
No me gusta.
No el cuento sino la musa ajaja
Esto de conocer a la autora viste..
tq amiga!
Lau.-
Pd: Maaaay buena la foto
Dale,
te agrego,
un abrazo...
Muy bonito...
Saludos
Me invade la nostalgia, creo que todos llevamos aunque sea un trocito de esa historia.
No sigas, mujer. Mira que no es dicha hacer llorar a un hombre.
Vale, abrazos.
me re gusto.. :p.. lindo.. divertido.. y entretenido.. saludos..
ah!.. soy manu :p.. el lko que coociste hace poko!.. abrazos
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